No sé si fueron los días sin él o el silencio de su ausencia lo que me hizo notarlo todo de golpe: cómo el aire de la casa parecía más denso, cómo el reloj sonaba más fuerte, cómo el espacio vacío a su lado en la cama me recordaba que Alessandro aún no había vuelto.
Pero esa mañana… todo cambió.
Me levanté temprano, como siempre. El día prometía ser largo, con reuniones en la empresa y una visita al terreno por la tarde. Me serví café mientras revisaba unos documentos y fingía que no me importaba si regresaba o no.
“Ya es su problema”, me dije. “Si quiere jugar, que juegue solo.”
A las ocho en punto, Axel llegó para llevarme. El trayecto fue tranquilo, y yo agradecí su silencio. Mis pensamientos estaban demasiado ocupados en otras cosas.
Al llegar a la empresa, sentí las miradas de siempre, pero ya no me pesaban. Caminé con paso firme hacia mi oficina y me puse a trabajar. No pasaron ni veinte minutos cuando escuché un golpecito en la puerta.
—Señora Moretti —dijo la recepcionista, as