El río no cantaba. Solo susurraba entre las piedras, como si también estuviera cansado de tanta guerra. Ulva se agachó al borde, las rodillas en la tierra húmeda, y metió las manos en el agua. El frío le subió por los brazos como una punzada, pero no se quejó. Dejó que el río se llevara la sangre, el sudor, la rabia… al menos por un rato.Kaelion estaba unos pasos detrás, con la lanza recostada a un tronco. Su brazo sangraba, pero no decía nada. Observaba cómo Ulva limpiaba sus manos, cómo el tatuaje lunar en su espalda aún brillaba con una luz tenue. Era hermosa, incluso herida. Especialmente herida.—Estás sangrando —dijo Ulva, sin mirarlo.—Tú también —respondió él.—Yo me curo rápido. —contestó de vuelta Ulva siendo consciente de que sus heridas sanan solas. —Yo también, pero no si me miras así. —Ella giró el rostro, confundida. No estaba segura si era un intento de coqueteo, o si de verdad le dolía el brazo. Se acercó, agarró unas hierbas que había recogido antes y se sentó fren
Las mazmorras de la torre no eran como las de los cuentos. No tenían cadenas colgando ni barro en el suelo. Estaban hechas de piedra negra pulida, suave como el mármol, pero viva, respiraban. Se contraen con cada grito, se calentaban con cada maldición. Allí estaba Fenrir. Atado de pies y manos, colgado de una cruz metálica que lo obligaba a mantenerse erguido. Su cuerpo sudaba veneno y furia. Su pecho subía y bajaba con respiraciones animales. Llevaba días sin alimento. Apenas un poco de agua. A veces, la misma Selene lo bañaba con un líquido oscuro que ardía en su piel como lava.Él no hablaba, no suplicaba, no respondía. Solo gruñía, observaba como una bestia herida que espera el momento exacto para atacar. Selene entró al recinto con pasos de humo. Su vestido parecía flotar detrás de ella, envuelta en una capa de luz púrpura que hacía brillar las paredes.—¿Aún vives? —preguntó con una falsa dulzura—. Qué terco eres, Fenrir. Hasta para morirte lo haces con obstinación. —Él levantó
El amanecer se abría paso entre las copas de los árboles cuando Ulva y Kaelion pisaron los límites del campamento. Aún traían el barro del bosque en las botas y el cansancio en los huesos, pero sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y sombras no resueltas. El campamento había sido trasladado a un claro más alto, menos expuesto, rodeado por riscos y formaciones rocosas que hacían más difícil cualquier ataque por sorpresa. Todo parecía más organizado… pero también más tenso.Kaelion soltó un leve gruñido. Lo sintió antes de verlo: sus hombres estaban cerca. No tardaron en aparecer. Cuatro figuras con armaduras ligeras, pieles de lobo y ojos feroces emergieron entre los árboles, lideradas por un hombre alto, de mandíbula marcada y mirada dura. Llevaba una cicatriz en el cuello, y su sola presencia imponía respeto.—Por fin apareces —dijo el hombre, sin saludar—. ¿Te parece buena idea desaparecer justo cuando el campamento cambia de sitio?—No tienes idea de lo que enfrentamos
El viento de la noche llegó cargado de una humedad densa, diferente. Ulva lo sintió antes de que cualquier otro lo notara. No era lluvia… era el anuncio de algo más profundo, más salvaje. Una vibración en la piel, una punzada caliente entre el pecho y el vientre. El celo lunar se aproximaba.Ella lo conocía. Lo había sentido antes, pero nunca con esa fuerza. Esa mezcla de ansiedad, deseo y poder que volvía a los lobos más salvajes, más vulnerables. Solo que esta vez… no lo enfrentaría sola. Kaelion estaba a su lado.Ambos se encontraban dentro de la tienda de comando. Llevaban horas planificando rutas, defensas, sistemas de vigilancia, pero ahora… ahora el silencio lo cubría todo. Solo se oía el crujido de la tela de la tienda movida por el viento y el palpitar de sus respiraciones. Kaelion cerró el mapa con un golpe seco y se pasó la mano por la nuca.—Algo está cambiando en el aire —murmuró.—Lo sé —respondió Ulva, sin levantar la vista. Él la observó. Sus ojos tenían un brillo nuev
La oscuridad ya no era silencio. Ahora, gritaba. Fenrir yacía sobre el altar de piedra, con la piel pegada a los huesos, las venas inflamadas y los ojos abiertos en un delirio constante. No dormía. No despertaba. No vivía… pero tampoco moría. Selene lo mantenía atrapado entre dos mundos: el del dolor y el de la obediencia. La cadena de su brazo derecho estaba rota. El hierro negro, forjado con el lamento de almas muertas, había cedido. No por fuerza… sino por la duda. Por el recuerdo. Por ella.—Ulva… —susurró, con la voz rota.La imagen de su rostro lo visitaba como una brisa entre tormentas. Su piel, su mirada, el tacto de sus manos, pero algo en la imagen estaba distorsionado. La veía en los brazos de otro, sonriendo, entregándose, amando a alguien más, Kaelion. El nombre retumbó como una maldición. Lo había escuchado en susurros, en delirios, en los fragmentos que Selene dejaba caer como veneno sobre su lengua.Ella ya no te pertenece. Ella eligió la luz. Tú eres sombra.Fenrir gr
Ulva despertó empapada en sudor. Afuera, los lobos aún montaban guardia. La luna seguía alta, casi al borde de transformarse en eclipse otra vez. Kaelion entró, apenas cruzando el umbral.—Sentí algo —dijo, sin aliento—. Como si algo hubiera… cambiado. —Ulva lo miró por primera vez, sin miedo.—Tenemos que prepararnos. Porque lo que viene… va a rompernos por dentro. —Kaelion la observó en silencio. Y en ese instante, sin palabras, supo que algo en Ulva había despertado. Y que tal vez… ese despertar era lo único que podría salvarlos a todos.🌑🌑🌑La caverna ya no era un lugar de castigo. Era un altar. Un escenario preparado por Selene para un solo acto: la caída definitiva de Fenrir.Las raíces que colgaban del techo se entrelazan en formas ondulantes, como serpientes que danzaban. La temperatura había subido. El fuego en los braseros ardían con un tono púrpura y en el centro, de pie, estaba él. Su cuerpo aún mostraba grietas de la transformación inconclusa. Su espalda marcada, sus o
El cielo se había cubierto de nubes, aunque no llovía. Ulva caminaba entre los árboles del campamento, intentando calmar ese nudo en el pecho que no la dejaba respirar. El ataque del lobo sin nombre, la visión de la luna… todo se había superpuesto en su mente como una tormenta de imágenes y susurros.Pero ahora… era distinto. Una punzada le atravesó el pecho. No física, una más profunda. Como si una hebra invisible se hubiera soltado de su alma y hubiera quedado colgando en el vacío. Se llevó la mano al pecho, justo sobre el corazón.—Kaelion… —susurró, tambaleándose.Él apareció a su lado al instante, como si la hubiera estado vigilando desde las sombras.—¿Ulva? ¿Qué pasa? —Ella no podía hablar. Las palabras no salían. Solo una sensación oscura la invadía. Una tristeza sin forma, como un duelo sin causa. Como si… alguien la hubiera traicionado.—No lo sé… —murmuró, cayendo de rodillas—. Algo… se rompió. Lo sentí. —Kaelion se agachó de inmediato, la envolvió con sus brazos, la sostuv
La madrugada cayó pesada sobre el bosque. El cielo seguía encapotado, la luna oculta tras una capa de nubes que no dejaban pasar su luz. A lo lejos, el canto de los búhos era interrumpido por ruidos de ramas, viento y un presagio que se aferraba al corazón de Ulva como espinas.Estaba sentada al borde de una roca, envuelta en su capa, con los ojos fijos en el horizonte. El fuego que antes ardía en su interior se había vuelto brasas. Y el frío… ya no era de cuerpo, sino de alma. Kaelion se acercó en silencio. No quería interrumpir. Solo estar cerca. Ella no lo miró, pero supo que era él desde el primer paso.—No has dormido en dos noches —murmuró él.—Ni tú. —Kaelion se sentó a su lado, sin tocarla pero su presencia bastaba. Era como un faro en medio de una tormenta que aún no entendía.—A veces… siento que algo se perdió dentro de mí —dijo Ulva, con la voz ronca—. No sé qué. Solo sé que… ya no está. —Kaelion no la interrumpió. Solo la dejó hablar, respirar, quebrarse si lo necesitaba—