La primera luz del alba se filtraba entre las rocas de la cueva, pero no traía paz. Ulva despertó envuelta en el calor del cuerpo de Kaelion, su rostro contra su pecho, su mano enredada en la suya. Durante horas habían sido solo uno, protegiéndose del mundo. Pero ahora... algo había cambiado. Su marca palpitaba. No como antes, sin dolor, sino con una extraña claridad. Como si dentro de ella resonara un eco antiguo, un susurro que cruzaba generaciones. Cerró los ojos y escuchó: voces femeninas, suaves, cantando una melodía que no comprendía, pero que la estremecía.
—La luna canta cuando el eclipse se entrega... —dijeron, casi al unísono.
—Ulva… —La voz de Kaelion la sacó del trance. Él ya estaba despierto, mirándola como si su mundo comenzara y terminara en sus ojos.
—Estás... diferente. —Ella asintió, apoyando su frente contra la de él.
—Lo siento, dentro de mí es como si la luna me estuviera hablando. Como si... ¡Kaelion, esto es real!
—Lo es. —Su voz era grave, firme, pero cargada d