Ulva no pudo quedarse quieta. Apenas se recuperó de la visión impuesta por Selene, salió de la cueva de piedra con la manta de piel aún sobre los hombros. El aire seguía cargado de tensión, pero había claridad en su corazón. Cada paso que daba hacia el bosque era una declaración de guerra. La luna, aunque oculta, palpitaba en su pecho. Su juramento estaba intacto. La marca en su cuello brillaba con destellos dorados cada vez que su pensamiento se cruzaba con Kaelion, sentía su fuerza, su sacrificio, su amor y eso la mantenía de pie.
Ulva se detuvo frente al claro donde habían celebrado antiguamente los rituales lunares. El lugar estaba contaminado por un aura oscura. El suelo agrietado, los árboles doblados hacia atrás como si una fuerza invisible los hubiese empujado y en medio del desastre: Cael.
—Llegaste rápido —dijo Ulva, sin sorpresa. Cael sonrió, aunque su mirada estaba cargada de una culpa que no sabía ocultar.
—Sabía que vendrías. Selene ya no puede controlar lo que siento po