La oscuridad en la torre de hojas se estremecía con el sonido de una carcajada. Selene, con sus labios manchados de veneno y poder, había dejado de fingir. Las hadas le habían susurrado lo que nunca quiso oír, pero también lo que no estaba dispuesta a permitir.
—Se marcaron. —La palabra salió como un escupitajo. Su risa murió al instante, sustituida por un rugido de furia. De un zarpazo, destrozó el espejo encantado que flotaba frente a ella. Los fragmentos quedaron suspendidos en el aire, girando como cuchillas bajo un conjuro que no necesitaba ser pronunciado.
—La luna y el eclipse... no pueden ser uno. No lo permitiré. —Con una mezcla de sangre de lobo, polvo de huesos y un mechón del cabello plateado que una vez robó de Ulva, Selene comenzó el ritual. Trazó un círculo con fuego negro, y sus labios recitaron una lengua antigua, prohibida incluso entre los suyos.
—Romperé su cordón de destino. Desde adentro. Desde donde es más vulnerable: su alma.
En el centro del círculo, una image