Los días siguientes al regreso de Damon del hospital se habían establecido en una extraña, pero reconfortante, rutina. La mansión, antes enorme y solitaria, ahora se sentía refugio compartido para Damon con la presencia de la niñera.
El convenio que él había sellado con Harper en el hospital se había manifestado en una nueva dinámica. Cada mañana, con el primer albor del sol, Harper esperaba en el jardín.
El aire fresco y húmedo de la madrugada era su único compañero, junto con el sonido suave de sus propios estiramientos. Se había vuelto un ritual diario que la ayudaba a sentirse un poco normal, como si no tuviera nada de qué preocuparse. Lo necesitaba, para distraerse de su propia peligrosa realidad.
Había descubierto un lado de Damon que el mundo nunca veía. El hombre que salía a correr no era el insolente y arrogante magnate de los negocios, sino un hombre en paz, con la guardia baja, disfrutando del simple acto de la actividad física.
Lo había visto en pantalones de gimnasia y ca