El silencio de la habitación del hospital era un manto protector. La luz tenue de la lámpara de la mesita de noche creaba un aura de paz alrededor de la cama de Damon.
Harper, con la cabeza apoyada en el borde del colchón y su mano suavemente entrelazada con la de él, se había quedado dormida. Su sueño no fue tranquilo, ni mucho menos.
Era un portal de regreso al infierno que había creído dejar atrás. Los cómodos cojines del sillón se disolvieron, el aroma a antiséptico y café se desvaneció, y en su lugar, el frío áspero y el olor a humedad y a cuerpos sin lavar de la prisión de Miami-Dade la envolvieron.
El sueño era tan vívido que podía sentir las sábanas ásperas de su camastro de la cárcel en su piel, el eco de los gritos nocturnos lejanos y el zumbido de las luces fluorescentes que nunca se apagaban.
En el sueño, estaba de vuelta en su celda. A su lado, la litera de Leticia, la Reina del Patio, estaba vacía. La soledad se le clavó como una daga. Recordó la bofetada helada del aban