La bofetada resonó en el jardín como un disparo, un sonido crudo y violento que rompió el silencio de la noche. La mano de Harper ardía y el rostro de Damon, girado por la fuerza del impacto, se mantuvo inexpresivo por un instante, como una estatua de mármol.
Ella lo miró con fiereza, el corazón martilleándole en el pecho, una mezcla de rabia y adrenalina. Había cruzado una línea, una frontera invisible que debería haber seguido intacta.
Era su empleada, sí, tal vez una simple niñera, también, pero era una mujer con sus propias emociones y su propia dignidad, no iba a dejar que este payaso con dinero y un orgullo del tamaño del Empire State viniera a tratarla como basura.
Él se giró lentamente, su mirada de acero fija en la de ella, y por un momento, Harper temió lo peor. Pensó que le gritaría, que la despediría, que la haría desaparecer de su vida. Pero la expresión en su rostro era contradictoria, no una cara de póker como acostumbraba era... extraña.
Un dolor profundo y vacío la hi