Primera pista

La rutina se había instalado, pero era una rutina con agujas. Lucía llegaba a Vanguard, saludaba, se sentaba en su cubículo y empezaba su doble turno: el trabajo visible de asistente y el trabajo invisible de observación. Los nervios del primer día se habían transformado en una alerta constante, un zumbido de fondo que solo se apagaba cuando cerraba la puerta de su apartamento por la noche. Incluso entonces, a veces, soñaba con códigos y miradas furtivas.

Esa mañana, mientras revisaba facturas del proyecto Luxury Cosmetics, Adrián se acercó apoyándose en la pared de su cubículo.

—Oye, Lucía, ¿te pasa algo con la red? —preguntó, con su tono habitual de complicidad oficinista.

Lucía parpadeó, saliendo de su concentración. —¿La red? No, ¿por qué?

—Es que he visto que ayer intentabas acceder a la carpeta de presupuestos de diseño como diez veces. Pensé que se había colgado tu sesión.

Lucía sintió un pinchazo de alarma. Había estado husmeando,
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