Capítulo 4
Cuando papá recibió la llamada, estaba en una reunión de la empresa. Ni siquiera terminó la junta; sino que salió disparado y condujo directo a casa.

Al llegar, abrazó a Darly, que acababa de salir de la bodega, con el rostro un poco pálido, y gritó furioso:

—Darly, tú eres la hija de papá, y nadie puede alejarte de mí. Sé buena, no vuelvas a decir que te quieres ir, ¿sí?

En ese momento, yo salía de mi cuarto pensando que algo grave había pasado en casa, y, al encontrarme con esa escena, solo pude sentir que era una profunda ironía.

Ridículo. Darly no era de porcelana, ni le temía a la oscuridad. Solo había estado un rato en la bodega y ya parecía que se iba a morir.

Entonces, desde el piso de abajo, Miles gritó:

—¡Todo fue culpa de Chiara! ¡Ella encerró a Darly en la bodega! Si no hubiera llegado temprano, quién sabe cuánto más habría estado ahí adentro.

Tras oír esto, papá subió furioso, me agarró del cabello y me arrastró hasta la bodega, en donde me ató de pies y manos, como si fuera una criminal.

Fue ahí cuando entendí, con absoluta claridad, que esos tres eran los verdaderos miembros de la familia.

—¡Chiara, eres malvada! ¿Cómo pudiste encerrar a Darly? ¡Ella es una niña, le tiene miedo a la oscuridad! ¡Tú no eres mi hermana! ¡Yo no tengo una hermana tan cruel! —gritó Miles, con el ceño fruncido, mientras me apuntaba con el dedo índice.

—Miles tiene razón —dijo papá, con una mirada fría e implacable—. Chiara, eres joven, pero ya tienes un corazón perverso. Estás completamente perdida. Y te lo digo claro: el que manda en esta casa soy yo. No tienes derecho a mandar sobre nadie. Hoy aprenderás una lección. Si tú encerraste a Darly, entonces tú también te quedarás encerrada para que sepas lo que se siente. Y, si no aprendes y te arrepientes, entonces te quedarás aquí para siempre.

Y papá jamás dejó de pensar que había sido mi culpa, creyendo que yo debía rogarle de rodillas, llorar y admitir un error que yo no había cometido.

Qué pena, porque él jamás escucharía esas palabras salir de mi boca.

—¡Señor… señor… la señorita… la señorita parece que… ha muerto!

Al escuchar al mayordomo Nolan, papá se quedó inmóvil por un instante, justo cuando acariciaba el cabello de Darly para consolarla.

Yo observaba cada cambio en su expresión, sin dejar escapar ni un solo detalle. No sé muy bien por qué lo hacía, tal vez solo quería ver si sentía culpa, miedo, o cualquier señal de arrepentimiento…

Pero no había nada de eso. Papá solo sonrió un poco.

—Qué tontería. ¿Ella? ¿Morirse? Imposible. Yo la conozco bien. Esa niña, mientras tenga una mínima posibilidad, a la vida va a aferrarse con uñas y dientes e intentará sacar provecho —repuso mi padre con fastidio—. Dile que, si sigue con esos jueguitos, ya no tener nada. Si no sale rápida, entonces llamen al crematorio. Si quiere morirse, pues que lo haga de verdad.

El mayordomo Nolan se quedó inmóvil, impactado, sin saber qué hacer.

—¿Qué esperas? —preguntó papá con frialdad—. Si en media hora no se ha bañado y no ha bajado a pedirle perdón a Darly, tú también puedes irte con ella.

—Señor… —murmuró Nolan, temblando ligeramente, intentando tragarse el miedo y la inquietud para decir algo más.

—¡Lárgate ya! —lo interrumpió mi padre, lanzándole el postre que pretendía darle a Darly.

Nolan, impotente, no tuvo más opción que girarse y salir.

—Ya no hay postre. Comamos otra cosa —dijo papá con una sonrisa, girándose de nuevo hacia Darly y limpiándole los labios con cariño.

—Darly, cuando esa mocosa venga a pedirte perdón, no seas demasiado blanda —dijo Miles—. Si no se arrodilla y te suplica con lágrimas que la perdones, no lo hagas. Uno no siempre puede ser demasiado bueno en esta vida. Acuérdate bien de lo que dice papá.

Darly sonrió, con un rastro de burla en los labios casi imperceptible, pero cuando alzó la mirada, su rostro volvió a ser el de una niña frágil, amable y compasiva, mientras decía:

—Papá, creo que Chiara ya debe haberse dado cuenta de su error… Hacer esto… debe hacerla sentir muy triste como hermana.

—Darly, eres demasiado buena —dijo Miles, abrazándola por la cintura con evidente felicidad.

Yo los miraba actuar desde un rincón… y empecé a reír a carcajadas, tanto que, si no hubiera estado muerta, se me habrían saltado las lágrimas.

¡Qué bonita familia, tan perfecta!

Esos eran mi padre y mi hermano, los que, supuestamente, llevaban mi sangre.

Riéndome, me di la vuelta queriendo marcharme…

Y fue entonces cuando lo noté.

No podía irme… No podía moverme.

Solo me quedaba seguir aquí… obligada a seguir viendo como esa «familia» seguía con su perfecta obra de teatro.
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