Capítulo 5
Antes de que Darly llegara a nuestra casa, nada era así. En ese tiempo, yo tenía una madre y un padre que me querían, y Miles, mi hermano, todavía era pequeño.

Yo jugaba con Miles, mi mamá me contaba cuentos antes de dormir, y papá me subía a los hombros cuando íbamos al parque.

Sin embargo, todo cambió ese verano, hacía tres años.

Papá y mamá fueron al pueblo a rendirle homenaje a una vieja exnovia de mi padre que había muerto, mientras Miles y yo no nos quedábamos porque teníamos clases.

Unos días después, papá volvió… y con él trajo dos noticias que nos dejaron devastados.

Mamá había muerto en un accidente en el pueblo, pero, antes de que esa desgracia sucediera, ambos habían adoptado a la hija de una amiga.

Así, de un solo golpe, perdí a mi mamá… y, de la nada, apareció una «hermana» nueva.

Al principio pensé que esa hermana era lo último que mamá me había dejado. Siempre había querido una, así que la cuidé con el alma. Me preocupaba que alguien en la escuela pudiera hacerle algo, por lo que estaba pendiente de cómo estaba. E, incluso, le hacía la tarea, y, cuando se enfermaba, pedía permiso para quedarme a cuidarla.

De verdad sentía que hacía todo lo que una hermana mayor debía hacer. La había tratado como si fuera mi hermana de sangre.

Sin embargo, un día, cuando fui a su salón a llevarle una pomada para una quemadura, la escuché diciéndole a sus compañeros con voz de víctima:

—Mi hermana me quemó sin querer. Fue culpa mía… no debí llevarle esa leche tan caliente. No la regañen… Ella me trata bien… salvo cuando me hace limpiar, servirle el té, llevarle las cosas… Pero no me pega, en serio.

Escuchar todo eso me dejó helada.

La quemadura se la había hecho ella sola, por querer lucirse preparando café para papá. Pero ahora salía con que yo la había obligado a llevarme el té y que lo había hecho a propósito.

Por eso, papá me regañó durísimo. Igual, no la culpé. Incluso me sentí mal, pensando que no debí haberla dejado entrar tan fácil a la cocina.

Ahí fue cuando vi quién era Darly en verdad. Le grité y peleamos fuerte en la escuela.

Desde ese día, —o capaz desde antes—, mi vida se dio la vuelta por completo. El papá que antes me consentía y el hermano que no se despegaba de mí empezaron a tratarme como si ya no existiera.

Poco a poco, me volví esa persona que todos podían pisotear sin que nada pasara.

Pensar en todo lo que pasó en esos tres años me hizo temblar.

Tal vez porque ya no tenía cuerpo, pero en ese momento…

Sentía que estaba otra vez en esa oscura bodega que me había dejado sin aire.
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