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El hogar que me mató

El hogar que me matóES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Carmen  Completo
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Resumen
Índice

La hija adoptiva de papá se quedó encerrada por accidente en una bodega, por no más de diez minutos. Entonces, él me amarró por completo y me metió a la fuerza en ese mismo cuarto. Incluso, tapó las ventanas y la ventilación con una toalla. —Dado que, como hermana mayor, no cuidaste a tu hermanita, ahora te tocará sentir lo que ella pasó —dijo papá, sin el menor asomo de compasión. Pero yo le tenía pánico a los espacios cerrados. En ese lugar pequeño y oscuro, apenas podía aguantar el miedo y rogar como una loca. Sin embargo, lo único que recibí fue pura crueldad. —Este castigo es para que aprendas. Piensa bien cómo debe actuar una hermana mayor —me soltó, antes de dejarme sola. Cuando ya no entraba ni un rayo de luz, me entró la desesperación y empecé a retorcerme en la oscuridad. Una semana después, papá por fin se acordó de mí y pensó que ya era suficiente. —Espero que hayas aprendido. Si vuelves a hacer algo así, te irás de esta casa —dijo como si nada. Pero lo que papá no sabía era que yo ya me había muerto en esa bodega… Y mi cuerpo ya había empezado a pudrirse.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Era la hora de la cena, y papá observaba a sus hijos sentados a la mesa, esperando la comida, y frunció el ceño al ver un asiento vacío.

—¿Esa mocosa no sabe lo que son las reglas? ¿Toda la familia tiene que esperarla para cenar? Ya fue castigada y aún no aprende. Creo que fue un castigo demasiado suave.

La mano de Nolan, el mayordomo se detuvo un momento mientras servía los platos, antes de responder con cautela:

—Señor, la señorita Chiara sigue castigada en la bodega… ¿Desea que la saquemos?

Papá soltó la copa de vino por un segundo y miró hacia el rincón donde estaba la bodega, como sorprendido. Sin embargo, rápidamente se recompuso y respondió con indiferencia:

—¿Sacarla? Que se quede ahí unos días más. Si no aprende con un poco de sufrimiento, va a seguir molestando a sus hermanos.

El mayordomo miró a los dos chicos sentados a la mesa, Darly y Miles Leclair, con las mejillas sonrojadas y un aspecto saludable, y no pudo evitar sentir lástima por la pobre Chiara, que seguía encerrada, por lo que, luego de dudar un momento, se atrevió a añadir:

—Señor… desde hace tiempo que no se oye ningún ruido proveniente del cuarto donde está la señorita Chiara… ¿No quiere ir a revisar?

Papá dejó la copa sobre la mesa y lo miró con indiferencia.

—Después de tantos días, ya es normal que no tenga fuerzas para gritar. Tiene comida, agua, aire acondicionado… No se va a morir de hambre. Si después de tanto tiempo, sigue sin entender su error, entonces realmente no tiene solución.

El mayordomo quiso decir algo más, pero papá lo interrumpió de inmediato:

—Basta. Estamos cenando, no digas cosas que arruinen el momento. Cuando terminemos, ve a preguntarle, si ya entendió qué hizo mal. Si admite su error, que le pida perdón a su hermanita, y con eso terminará todo.

Dicho eso, papá pareció olvidarse completamente de mí, y, con una sonrisa amable, miró a Darly y Miles, que se encontraban sentados junto a él.

—¿Qué pasa, Darly? —preguntó, pelando un plátano y colocándolo en el tazón de Darly—. ¿Por qué comes tan poco? El plátano es tu favorito… Vamos, come más. —Le acarició el cabello con suavidad—. ¿Acaso estás asustada? No te preocupes, esta vez, papá le dio una buena lección a esa mocosa de Chiara. No te molestará más.

Darly levantó la mirada con una expresión inocente, y, fingiendo ternura, dijo:

—Papá me quiere más que a nadie. —Sonrió—. En realidad, si Chiara me pidiera perdón, yo no le guardaría rencor. Pero ahora que la castigaron, seguro que me odiará aún más.

—¡Que lo intente! —estalló papá, sin poder contener su furia, antes de volver a sonreírle con cariño—. Tú eres mi hija favorita. No se atrevería a odiarte.

—Tranquila, Darly, yo te protegeré —añadió entonces Miles, consolándola con una sonrisa—. Si esa fastidiosa vuelve a molestarte, le cortaré la mano.

Al escuchar esas palabras, no pude evitar encontrarlo ridículo… y me dieron ganas de reír. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue la actitud de mi hermano.

¿Miles quería cortarle la mano a su hermana mayor?

La crueldad y el desprecio en su mirada no eran una broma.

Yo lo había criado desde pequeño… ¿y ahora, por una extraña, era capaz de prometer aquello?

«¡Ja, ja, ja, ja!».

Me reí a carcajadas en el aire, pero lamentablemente, nadie podía escucharme.

Porque yo… ya estaba muerta.

Fue en el momento de mi muerte que mi alma finalmente se liberó de ese cuarto oscuro y sin salida.

Flotando sobre ellos, observé todo desde una perspectiva ajena. La puerta de madera de la bodega estaba completamente sellada, y el único respiradero había sido cubierto con una toalla.

Parecía más un ataúd que otra cosa.

Y así lo confirmé, aquello no había sido un encierro.

Mi padre me había enterrado en vida.
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