El aire fresco de la noche golpeó mi rostro como una bofetada, pero no logró enfriar el fuego que ardía en mi interior. Cada paso que daba alejándome de la cabaña de Elara era una punzada más en mi pecho, un eco del mensaje que aún danzaba cruelmente en mi mente.Valentina... mi Valentina... ¿enamorada de ese hombre? Del hombre que la había secuestrado, que la había aterrorizado, que había intentado arrebatarla de mi vida. Era absurdo, ilógico, una pesadilla de la que anhelaba despertar.La rabia, caliente y ciega, amenazaba con consumirme. ¿Cómo podía ser tan ingenua? ¿Tan... doble? Todas las veces que me había hablado de su miedo, de su trauma... ¿era todo una farsa? ¿Acaso seguía sintiendo algo por ese monstruo?Un dolor agudo, punzante, se retorcía en mi estómago. El dolor de la traición. Había confiado en ella plenamente, había creído en su amor, en su sinceridad. Habíamos compartido tanto, superado tantas cosas juntos. ¿Y ahora esto? ¿Una puñalada trapera, justo cuando pensábamo
—¡Suéltame, maldito! —dijo Valentina, retorciéndose con todas sus fuerzas. Su mano libre se estrelló contra el rostro de Gustavo, un golpe seco que lo hizo tambalearse hacia atrás, aunque sin soltar su agarre.—¡Eres mía, te digo! —gruñó Gustavo, apretando aún más su brazo, sus ojos inyectados en ira—. No vas a volver con ese idiota.—¡Nunca! —replicó Valentina, pateándolo en la espinilla con fuerza. El dolor hizo que Gustavo aflojara momentáneamente su agarre, y ella aprovechó la oportunidad para liberarse.Retrocedió unos pasos, poniéndose en guardia, con la respiración agitada. —¡Aléjate de mí, Gustavo! No quiero nada contigo. Lo nuestro se acabó hace mucho tiempo.—¡Mientes! —gritó él, avanzando hacia ella con los puños cerrados—. En el fondo sabes que me amas. Ese idiota no te entiende. Yo sí.—Estás delirando —espetó Valentina, buscando desesperadamente una salida. La calle estaba desierta a esas horas. Tragó saliva y elevó la voz—. ¡Ayuda! ¡Alguien, ayúdeme!Gustavo se abalanzó
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Valentina, esta vez no por el miedo o la rabia, sino por una profunda angustia y un remordimiento punzante. Richard, desconcertado por su repentino llanto, la abrazó con fuerza, acariciando su cabello. —¿Qué pasa, mi amor? ¿Qué te sucede? —preguntó Richard con voz suave, su preocupación palpable. Valentina se aferró a él, sollozando contra su pecho. —Tengo un problema... un problema muy grave, Richard. ¿Por qué...? ¿Por qué acepté a una persona como Gustavo en mi vida? ¿Por qué me dejé engañar por él tantas veces? ¡Casi te pierdo! ¡Casi destruyo lo que tenemos por mi culpa! Sus palabras eran entrecortadas por el llanto, la culpa la ahogaba. Se separó un poco para mirarlo a los ojos, las lágrimas resbalando por sus mejillas. —¿Qué me pasa, Richard? ¿Por qué fui tan ciega? ¿Por qué permití que ese hombre se interpusiera entre nosotros? No merezco tu amor... después de todo esto... Diciendo estas palabras, se aferró a él nuevamente
Elara, con su sabiduría ancestral, añadió: —Cada obstáculo superado es un paso más hacia la luz. Han enfrentado la oscuridad de Gustavo y han salido más fuertes. Ahora deben usar esa fuerza para desvelar los secretos de la familia y encontrar lo que buscan.Richard abrazó a Valentina con renovado afecto. —Estamos juntos en esto, mi amor. Nada ni nadie nos va a separar. Encontraremos ese cofre, descubriremos la verdad y construiremos el futuro que merecemos.Valentina apoyó la cabeza en su pecho, sintiendo la solidez de su amor como un ancla en medio de la tormenta. Asintió, con una nueva determinación brillando en sus ojos.—Así será, Richard. Juntos.La amenaza de Gustavo había sido neutralizada, al menos por el momento, pero la urgencia de encontrar el cofre y desentrañar los secretos de la familia se había intensificado. El amor y la lealtad que compartían los cincos amigos se habían fortalecido en medio de la adversidad, preparándolos para los próximos pasos en su peligrosa búsque
Con la advertencia de la madre de Javier resonando en sus oídos, el grupo se movió por la mansión con una cautela aún mayor. La necesidad de encontrar el cofre se entrelazó con la urgencia de evitar a Laura, una presencia invisible pero potencialmente peligrosa que podía alertar al señor Contreras en cualquier momento. Se desplazaban en silencio por los pasillos polvorientos, sus pasos apenas audibles sobre las alfombras desgastadas. En varios momentos, una sensación extraña los invadió. Mientras revisaban un antiguo estudio lleno de libros encuadernados y objetos polvorientos, sintieron una corriente de aire frío sin explicación aparente. Al explorar un salón de música con un piano desafinado, les pareció escuchar un leve susurro proveniente de una habitación contigua, aunque al investigar no encontraron a nadie. Estas pequeñas pero perturbadoras experiencias sembraron una semilla de inquietud en el grupo. La sensación de ser observados se intensificó, como si la propia casa no qu
Las horas se arrastraron lentamente en la oscuridad del dormitorio. Lo que al principio fue sorpresa y frustración se convirtió en una creciente desesperación. El tenue resplandor de las baterías de sus teléfonos comenzó a parpadear, amenazando con sumirlos en una oscuridad total.—¡Ayuda! ¡Hay alguien ahí! —seguía intentando Richard, aunque su voz era estaba ya más apagada.Valentina se sentía débil, con el estómago vacío rugiendo en protesta. La falta de agua era cada vez más agobiante, la boca pastosa y ya con dolor de cabeza punzante. La energía que habían tenido al entrar en la mansión se había disipado, reemplazada por un agotamiento físico y mental.Javier y Magaly se acurrucaban juntos en una esquina, tratando de conservar el calor corporal. El silencio entre ellos era pesado, cargado de incertidumbre y temor. La pregunta de quién los había encerrado y por qué seguía sin respuesta, alimentando la paranoia.¿Era Laura, que los había descubierto y quería retenerlos hasta que él
Con el corazón latiéndoles con fuerza y la imagen de la risa escalofriante grabada en sus mentes, cada uno se retiró a la habitación que había elegido. Valentina y Magaly se encerraron juntas, asegurando la puerta con el pestillo y colocando una silla como barricada adicional, a pesar de lo inútil que sabían que sería contra una amenaza real.El silencio en la habitación era casi tan opresivo como la risa lo había sido en el comedor. Cada crujido de la madera, cada susurro del viento contra las ventanas, los hacía saltar. La comida que habían llevado consigo permaneció intacta en la mesita de noche, sus estómagos anudados por el miedo.—¿Crees que era un fantasma de verdad? —susurró Magaly, acurrucándose junto a Valentina en la cama, con los ojos muy abiertos y mirando fijamente la puerta.Valentina la abrazó con fuerza, intentando transmitirle un poco de seguridad que ella misma no sentía del todo. —No lo sé, Magaly. No creo en fantasmas, pero... esa risa no sonaba humana.En su prop
De vuelta en la cabaña de Elara, la urgencia llenaba el aire mientras desplegaban las viejas mantas sobre la mesa de madera. El tejido suave y descolorido evocaba recuerdos de una infancia lejana, pero ahora contenía la promesa de desvelar un secreto largamente guardado.Valentina y Richard extendieron las mantas con cuidado, alineándolas una junto a la otra. Tal como recordaba Valentina, los patrones de flores tejidas se entrelazan de forma armoniosa, creando una conexión visual entre las piezas.—Miren —dijo Valentina, señalando un detalle específico—. Son cuatro líneas principales de flores que parecen converger en un solo punto. ¿Lo ven?Magaly se inclinó sobre la mesa, observando con atención. —Sí, tienes razón. Y son flores de diferentes colores, tal como estaban en el jardín. Azul, amarillo, rojo... y parece haber un cuarto color, un tono Naranja, que también se une en ese punto central.Richard observó el punto de convergencia con una mirada analítica. —Tengo una idea. Si la