Elara inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos fijos en Valentina con una intensidad penetrante. —¿Qué ves en la fotografía, hija? Describe lo que sientes al mirarla ahora.
Valentina, con la mirada aún perdida en el rostro de su doble del pasado, comenzó a hablar lentamente, como si estuviera tratando de descifrar un enigma visual y emocional al mismo tiempo. —Veo... las flores. Son las mismas... —su voz se quebró ligeramente, volviendo a mirar a Elara con una expresión confusa—. Son las mismas que están en el jardín de la posada, ¿cierto?
Elara asintió en silencio, esperando su siguiente palabra.
—Sí... así es —confirmó Valentina, volviendo su atención a la fotografía—. Y... la manta. Es la misma... la misma que tiene Anselmo en su casa, la manta con la que llegó Richard...
Una oleada de comprensión y confusión la invadió. La conexión entre las flores, la manta y ahora esta misteriosa mujer idéntica a ella era innegable, pero el significado seguía siendo esquivo.
—¿Cuál es la conexión