Mientras Elara, Magaly y Richard seguían conversando sobre el té y sus posibles efectos, de repente me detuve, aspirando profundamente el aire. Un aroma dulce y familiar flotaba en el ambiente, sobreponiéndose al olor a hierbas secas de la cabaña.
—Qué me huele... —murmuré, frunciendo el ceño mientras intentaba identificar la fragancia—. Ese olor... son unas flores que hay en el jardín, ¿verdad?
En ese instante, como si el aroma hubiera abierto una puerta olvidada en mi mente, una oleada de recuerdos me invadió. Imágenes fragmentadas, sensaciones borrosas... la luz tenue filtrándose por una ventana alta, el eco distante de voces infantiles, la tristeza opresiva de la soledad.
—¿Qué sucede, Valentina? —preguntó Elara con suavidad, notando mi repentino cambio de expresión.
Mi voz temblaba ligeramente al responder. —Es ese olor... me recuerda a cuando era pequeña. Estaba en el internado.
Richard me miró con una mezcla de sorpresa y comprensión. —¿No viviste con tus padres?
Mi voz se queb