Guardé la foto con manos temblorosas en el bolsillo de mi pantalón justo antes de que Julián cruzara la puerta.
Él no debía verla. No todavía.
Me acerqué con la mejor sonrisa que pude fabricar, aunque la garganta me ardía de tantas palabras no dichas.
—Llegaste temprano —comenté, fingiendo sorpresa.
—Sí, cancelaron la última reunión. —Dejó su portafolio sobre la mesa y me rodeó con un brazo—. ¿Todo bien?
El contacto de su piel me produjo un escalofrío. Yo veía a mi esposo, al hombre con quien había compartido diez años de vida, pero en mi mente solo estaba esa imagen: Julián inclinado hacia otra mujer, con una sonrisa que no me regalaba a mí desde hacía mucho.
Me aparté disimuladamente y fui a la cocina.
—¿Quieres cenar algo ligero?
—Lo que sea está bien. —Se quitó la chaqueta y encendió la televisión del comedor.
Lo observé de reojo mientras sacaba platos. Se acomodó en el sillón con la naturalidad de quien no tiene nada que ocultar. Pero yo sabía más. Yo había visto más.
Cada gesto