No pude dormir. Las imágenes de Julián y Clara frente a esos documentos se repetían una y otra vez. Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba su voz en sueños murmurando: “Clara… lo logramos.”
A la mañana siguiente, busqué a Sebastián. Necesitaba respuestas.
Lo encontré en el mismo café donde solíamos reunirnos. Estaba sentado en la mesa más apartada, fumando, con la chaqueta colgada en la silla. Me observó en silencio cuando me acerqué.
—Te ves peor que ayer —dijo, apagando el cigarrillo.
Me senté frente a él, con las manos frías.
—Sebastián, necesito que seas honesto conmigo.
Él arqueó una ceja.
—¿No lo he sido?
Lo miré con rabia contenida.
—Siempre me hablas en acertijos, me das pruebas a medias. ¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres de mí?
Un silencio pesado cayó entre nosotros. Finalmente, Sebastián se inclinó hacia adelante. Sus ojos eran oscuros, insondables.
—Quiero que veas quién es realmente el hombre con el que te casaste.
—Eso ya lo sé —lo interrumpí, con la voz temblorosa—. Lo