El reloj marcaba las dos con veintisiete de la madrugada cuando el zumbido del celular me sacó del sueño. Al principio pensé que era una notificación cualquiera, pero la vibración persistente me obligó a abrir los ojos.
Con el corazón golpeándome en las costillas, estiré la mano hasta el buró. Julián dormía profundamente a mi lado, su respiración acompasada llenaba la habitación de una calma que no me pertenecía.
La pantalla iluminó mi rostro en la penumbra. Número desconocido. Mensaje de texto.
“Deja de fingir. Yo sé quién eres.”
El aire se atascó en mi garganta.
Un sudor frío recorrió mi espalda. Alguien me estaba siguiendo.
Dejé caer el teléfono sobre las sábanas, pero el golpe despertó a Julián. Se giró hacia mí, medio dormido, con el cabello revuelto y esa expresión de niño cansado que alguna vez me pareció adorable.
—¿Qué pasa? —murmuró, frotándose los ojos.
—Nada… solo… tuve una pesadilla. —Apagué la pantalla de inmediato y forcé una sonrisa que no sentía.
Él suspiró, me rodeó con un brazo y volvió a quedarse dormido en cuestión de segundos. Yo, en cambio, me quedé inmóvil, con el celular oculto bajo la almohada y la mente desbordada de preguntas.
¿Quién sabía tanto de mí? ¿Qué querían de mí?
Cerré los ojos para tranquilizarme, pero entonces lo escuché.
—Clara…
Abrí los ojos de golpe.
Me quedé paralizada.
Mi pulso se desbocó. Lo miré con detenimiento, tratando de convencerme de que había oído mal, de que era solo un balbuceo sin sentido. Pero sus labios lo repitieron, apenas un susurro contra la almohada:
—Clara… mi amor…
Sentí un vacío en el estómago, como si me hubieran arrancado el aire de golpe.
El hombre que dormía a mi lado, el esposo perfecto, el que todos admiraban, pronunciaba el nombre de otra mujer con una ternura que ya no usaba conmigo.
Me levanté con cuidado, procurando no hacer ruido, y caminé hasta el baño. Encendí la luz y me miré en el espejo. Otra vez ese reflejo que no reconocía. Otra vez esa mujer con los ojos llenos de dudas.
La nota. El mensaje. La foto. Y ahora… Clara.
Mi vida entera empezaba a desmoronarse y yo ni siquiera sabía por dónde comenzar a sostenerla.
Apoyé las manos en el lavabo y dejé que el silencio me envolviera, hasta que un sonido interrumpió mis pensamientos: el celular volvió a vibrar.
Corrí de regreso a la cama, lo tomé con prisa y vi la nueva notificación en la pantalla.
Otro mensaje. Mismo número desconocido.
“Si buscas la verdad, no confíes en él.”
Tragué saliva, mis piernas a punto de ceder bajo mi propio peso.
Lo observé, preguntándome quién era en realidad ese hombre con el que compartía mi vida. Y peor aún… quién era esa versión de mí que alguien parecía conocer mejor que yo misma.
“No sabía qué me aterraba más: la persona que me vigilaba… o el secreto que Julián acababa de susurrar en sueños.”