El silencio que siguió a aquellas miradas fue roto apenas por el momento en que Dorian se levantó con una calma que era más peligrosa que la ira. En su semblante no había rastro de emoción, solo la fría máscara de un rey que no toleraba desafío.
Los vampiros lo observaron en un mutismo reverencial, como si su sola presencia dictara un mandato incuestionable. Lia apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que su mano se cerrara sobre su brazo con firmeza. No hubo violencia en aquel gesto, pero sí una autoridad que no dejaba espacio a la resistencia.
—¿Dorian? ¿Qué haces? —susurró, con la voz temblorosa, como si temiera despertar algo peor que el silencio.
Él inclinó apenas el rostro hacia el suyo, tan cerca que pudo percibir el aroma floral persistente aferrado a su piel. Sus labios acariciaron la curva de su oreja al murmurar.
—Guarda silencio.
La confusión ante aquellas palabras la envolvió como un velo espeso, aún así mantuvo sus labios sellados. Caminaron en silencio y ella lo mirab