Lia cruzó el umbral con la sensación de que una fuerza invisible la empujaba hacia él. Se sentó junto a Cassian en el borde de la cama, tan cerca que el calor de su cuerpo parecía rozarla sin tocarla. Sus dedos rozaron los de él cuando tomó la pequeña gasa que usaba para limpiar la herida, y con delicadeza continuó lo que él había empezado, bajo la atenta mirada de esos ojos oscuros que no se apartaban de ella.
—Creí que los licántropos se curaban más rápido que los humanos —mencionó Lia—. ¿Debo preocuparme?
Cassian sonrió y luego negó.
—Es una herida de flecha de plata, es normal que tardé un poco más de lo normal —explicó con calma.
Lia destapó un frasco con crema y la aplicó alrededor de la herida con gestos suaves, como si temiera romper algo más que la piel. Se inclinó un poco para soplar, y el aire cálido que escapó de sus labios hizo que las pupilas de Cassian se dilataran. Su respiración se volvió más densa, profunda, inhalando el aroma dulce de ella que parecía envolver cada