Capítulo sesenta y tres.
El agotamiento pesaba sobre Ylva después de un largo día de entrenamiento, así que su cuerpo clamaba por descanso, pero Katrina no le dio opción.
—Ven conmigo, quiero mostrarte algo —le dijo, tomándola de la mano con emoción.
A pesar de su resistencia, no pudo rechazar aquella petición. Siguió a su hermana más allá del Palacio, cruzando senderos que nunca antes había recorrido.
—¿A donde vamos?
—Ya verás, sólo falta un poco —dijo Katrina con una sonrisa de esas que se contagian.
Ambas corrieron unos minutos más hasta que llegaron.
Ylva quedó sin palabras.
Frente a ella se extendía un prado vasto, el cual tenía una explosión de colores brillantes ondeando con la brisa. Las flores, de todas las tonalidades imaginables, parecían danzar bajo el cálido resplandor del sol.
Mariposas de alas iridiscentes flotaban en el aire, creando un espectáculo etéreo contra el cielo azul. y el clima era perfecto. Cálido, acogedor, como si el propio lugar la envolviera en un abrazo invisible.
Fue entonces