El amanecer llegó sin canto de aves.Solo el murmullo de los árboles y el crujir de las armas al ser afiladas rompían el silencio.
En el corazón de Lycandar, el Palacio se había transformado en un cuartel vivo. Guerreros de distintas razas se entrenaban en los patios, los herreros trabajaban sin descanso, y los magos reforzaban los límites del reino con hechizos antiguos.
Ylva caminaba junto a Ethan, ambos vestidos con ropas de entrenamiento, cubiertos de sudor y tierra. Habían pasado horas perfeccionando sus movimientos, no solo como guerreros, sino como compañeros de batalla. Su sincronía era casi instintiva.
—¿Crees que estamos listos? —preguntó ella, observando a los soldados reunidos en el campo.
—No —respondió Ethan con honestidad—. Pero eso nunca ha detenido a los que tienen algo que proteger.
En la sala de estrategia, Lyra desplegaba un mapa encantado sobre la mesa de piedra. Aldric, los líderes de las razas aliadas y los capitanes de las manadas estaban reunidos.
—Makon no ata