La noche había caído sobre Lycandar con un silencio inusual. No era la calma antes de la tormenta, sino la pausa que precede a una revelación.
Lyra caminaba por los pasillos del palacio con paso firme, su capa de terciopelo oscuro rozando el suelo como una sombra viva. Había convocado a Aldric en la sala de los espejos, un lugar reservado para conversaciones que no debían ser escuchadas por oídos comunes.
Aldric la esperaba, de pie junto al espejo central, donde las imágenes del pasado y del futuro a veces se entrelazaban.
—¿Qué ocurre, tía? —preguntó, notando la tensión en su rostro.
Lyra se detuvo frente a él, sus ojos brillando con una mezcla de certeza y temor.
—Ylva… —comenzó—. Hay algo en ella que aún no ha despertado. Algo que ni siquiera tú, con todo tu poder, podrías controlar si se desata sin guía.
Aldric frunció el ceño.
—¿Te refieres a su vínculo con Ethan? ¿A su linaje Lancaster?
—No —respondió Lyra, con voz grave—. Me refiero a algo más antiguo. Más profundo. Un poder qu