Ximena caminaba de nuevo por el lujoso lobby del hotel, pero esta vez sus pasos eran más lentos, su mente sumida en pensamientos que no la dejaban en paz. Habían pasado días desde la última vez que estuvo con Roberto, y aunque había jurado no volver, aquí estaba de nuevo, respondiendo a su llamada. El eco de sus tacones en el mármol no la tranquilizaba, sino que aumentaba la ansiedad que le oprimía el pecho. La culpa seguía presente, pero el deseo y la curiosidad la arrastraban de vuelta a ese lugar de contradicciones. Al llegar a la puerta de la suite, inhaló profundamente, como si pudiera contener en ese respiro todo lo que sentía. Cuando golpeó la puerta, sus nudillos apenas rozaron la madera, como si una parte de ella aún quisiera salir corriendo. Pero era demasiado tarde. Roberto abrió la puerta casi de inmediato, como si hubiera estado esperando detrás de ella. Su presencia la envolvió en una mezcla de poder y tentación. Él no sonrió esta vez; su mirada era intensa, peligrosa, c