Estaba desnuda. Aunque hermosa. Pero desnuda.
Ximena le había pedido un trago y la había obligado a tomar, para que se relajara, pero estaba tensa como una cuerda de un violín recién afinado. Cada músculo de su cuerpo parecía resistirse, y el calor que subía por su cuello no ayudaba en lo más mínimo a calmarla.
La joven mujer la tomó del hombro.
—Va a estar todo bien —dijo, en un intento por consolarla. Sus ojos brillaban con un extraño afecto que contrastaba con la frialdad del lugar.
—Está bien, suficiente —dijo Marcus al entrar, con esa voz firme que no dejaba espacio para objeciones.
Kayla se paró y enderezó los hombros. Él la observó de arriba a abajo, evaluando cada curva y cada línea de su cuerpo como si nunca hubiera visto algo tan perfecto.
—Estás perfecta —le dijo y parecía un poco asombrado, como si aún le costara creer que aquella belleza estaba frente a él.
—Solo terminemos de una vez por todas con esto —demandó Kayla, intentando mantener su voz firme, aunque por dentro todo era un torbellino de miedo y deseo reprimido.
Marcus inclinó la cabeza y la guio mientras la escoltaba hacia uno de los cubículos privados, sus dedos rozando apenas la piel expuesta de su brazo.
Por dentro, ella quería morirse, cada paso hacia el cubículo era un golpe de adrenalina mezclado con vergüenza y excitación.
Llegaron y él la dejó allí.
El hombre rubio la esperaba sentado con los brazos abiertos, muy relajado, su mirada recorriéndola con una mezcla de hambre y satisfacción contenida. Él se levantó, se acercó y tocó uno de sus rizos marcados con suavidad, como si fuera un gesto casi íntimo.
Miró sus pechos redondos perfectos. Eran del tamaño adecuado, su pequeño culo también. Se giró alrededor de ella para mirarla completa y su garganta se secó mientras su pene se paraba.
—Ya me tienes aquí, ¿feliz? —dijo ella con sarcasmo, intentando mantener el control de la situación aunque su cuerpo empezaba a traicionarla.
—Oh, no... no todavía —dijo él y ella se estremeció—. Ven —dijo y tomó la pequeña mano. Se sentó en el pequeño sillón y ella quedó parada, sintiendo el peso de su mirada sobre cada centímetro de su piel—. Ahora baila para mí.
Ella no sabía qué hacer, solo improvisó, recordando vagamente lo que había visto hacer a otras chicas alguna vez.
Le dio la espalda y comenzó a mover su culo cuando sintió las manos del hombre en su cintura.
Él acercó el trasero pequeño a su entrepierna y la frotó contra su dureza.
—Así me encanta —murmuró él en su oído, su aliento caliente rozando su piel, haciendo que un escalofrío le recorriera la columna.
Pasó una de sus manos por delante y bajó por su vientre hasta encontrar sus bragas, metió sus dedos bajo ella.
—Qué ¿Qué haces? —preguntó ella, con la respiración entrecortada, mientras su cuerpo reaccionaba sin permiso.
—Mmm —respondió él mientras frotaba su botón de carne y metía un dedo en su agujero—. Qué lindo, es pequeño como toda tú... —susurró él y comenzó a tocarla íntimamente mientras se frotaba en su trasero.
El hombre la tocaba y su cuerpo se estremecía de deseo. Cada roce, cada presión, la dejaba más vulnerable y más atrapada en aquella mezcla de miedo y excitación.
Ella quería alejarse, pero no podía ni quería, sintiendo cómo cada fibra de su ser se rendía ante su contacto.
—Estás mojada, hermosa...
Él aumentó el ritmo de su mano con la que la estaba tocando y sintió sus temblores cuando llegó al clímax, su respiración entrecortada llenando el pequeño cubículo.
Quitó su mano, la llevó a su cintura y siguió refregándose contra la redondez de su trasero hasta venirse en seco, con un estertor, mientras ella apenas podía recuperar el aliento, su cuerpo temblando con los ecos de lo que acababa de suceder.