2. KAYLA

Kayla limpiaba el baño y al salir de allí un hombre le impidió el paso. Era el hombre que la había mirado mientras, un rato antes trapeaba.

El hombre era muy atractivo y tenía dinero se le notaba de pies a cabeza. Con el cabello claro y los ojos de un tono verde oscuro, era mucho más alto que ella, una cabeza y media como mínimo le llevaba, así que, no tuvo otra opción que levantar su mirada para verlo a los ojos.

—Por Dios. De cerca aun eres más preciosa —le dijo extasiado y ella se hizo hacia atrás.

—Bueno, si es todo lo que tiene para decirme, ¿me puede dejar pasar ya, señor? Debo seguir con mis tareas —le respondió ella con sequedad. A diferencia de él, ella no tenía tiempo para juegos.

Por otro lado, nunca había lidiado bien con esa clase de atención y ese hombre la intimidaba un poco. Siempre había tratado de ocultar su belleza con ropas poco favorecedoras. No quería terminar como su madre, engañada, embarazada y desdeñada.

El hombre miró hacia los costados y la arrastró contra una pequeña pared, la empujó, tomó su barbilla y le dio un beso profundo mientras le acariciaba el cuerpo sin pudor.

Su sabor era tan dulce como toda ella, pensó Nikolai, excitado mientras presionaba a la joven contra la superficie plana, frotando su pene duro en el vientre de la joven que no se podía mover.

Cuando el hombre separó su boca de la suya, ella lo empujó por los hombros.

—¡¿Cómo se atreve?! —exclamó y le dio una bofetada.

Nikolai se vio sorprendido por el golpe, no se lo esperaba para nada.

Se tocó la mejilla y la miró confuso. ¿La joven de limpieza le había pegado? ¿A él?

Ella estaba agitada, sentía las mejillas enrojecidas y el corazón le palpitaba rápido.

Lo empujó más fuerte que la primera vez.

—Pedazo de animal malnacido. ¿Quién se cree que es para besarme contra mi voluntad? ¿Cree que como trabajo aquí soy mercancía dispuesta para que me tome en cualquier lugar? —Kayla ya estaba ofuscada para ese momento y ya poco le importaba hacerle un desaire a ese cliente. Por muy "caro" que luciera.

La muchacha estaba muy disgustada. No era de las que pagarían por estar en su cama, como dijo Bill tan sonriente.

«Maldita sea, no recuerdo la última vez que había estado tan excitado por una mujer», pensó Nikolai y supo que tenía que ser suya de cualquier manera.

Ella giró y él estuvo tentado a tomarla de su cola de caballo y atraerla hacia su cuerpo para fundirla en un abrazo. Frotar su dureza en su trasero y morder su cuello. Como un animal en celo. El murmullo de personas que pasaban cerca de allí lo devolvió a la realidad.

Entonces lo decidió. Kayla Scott sería suya, a cualquier precio.

El hombre descarado había pedido un baile privado de ella.

—Pe... pero yo no hago eso —le exclamó a Marcus, el dueño del club, indignada.

El hombre de unos 42 años y pocos escrúpulos, la miraba apoyado contra el rellano de la puerta del cuarto de limpieza, donde se guardaba todo lo que necesitaban para limpiar.

Aparte de Kayla había otra chica más de limpieza que cubría otro turno, pero no era nada atractiva. No como ella.

—Nunca entendí tu negativa a bailar en el caño. Harías mucho más dinero y respecto a esto, es un simple baile Kayla, no te comportes como una virgen deshonrada del siglo XVIII —dijo el hombre, despreocupado.

—¡pero yo no quiero hacerlo! —contuvo su grito de rabia y Marcus se acercó de manera peligrosa y acarició su mejilla. Ella quitó el rostro con asco.

—Te dije que era cuestión de tiempo, eres demasiado bella para estar barriendo, si quieres conservar este trabajo, lo harás sin discutir más —sentenció.

Luego se alejó un poco.

—El ruso es quizá nuestro mejor cliente y, si quiere un baile tuyo, lo tendrá. Salvo que quieras quedarte sin trabajo, por supuesto...

Ella no podía quedarse sin trabajo, el tratamiento de su madre dependía de eso.

En ese momento estaba internada en una clínica, estaba sometiéndose a un tratamiento experimental para un tipo de cáncer raro que tenía, se llamaba linfoma de Burkitt, pero antes de eso, había recibido otros tratamientos. Las cuentas se abultaron y perdieron su pequeña casa.

Ese trabajo pagaba bien, para ser de limpieza. 

«Maldito hombre calenturiento», pensó presa de la rabia e indignación. La ponía entre la espada y la pared sin dejarle opción.

—Es un simple baile, Kayla, ve y prepárate con las chicas. Luego, en persona te iré a buscar —le dijo y se retiró, dejándola sola con su odio allí.

Sí, claro, para él, era ”solo un bailecito”, porque no era él quien debería refregarse semidesnudo contra ese tipo.

Ardía de rabia e intentó calmarse.

Con resignación dejó sus cosas de trabajo.

Fue al lugar donde las bailarinas se preparaban. Estaba Ximena, ella siempre le había caído bien, era una joven en especial. Una madre soltera, que siempre había sido muy gentil con ella.

La miró con un poco de pena.

—Bueno. Aquí estoy...—dijo ella y suspiró.

Se sentó en la silla. 

—No es la silla eléctrica... —murmuró Ximena.

—Tal vez no para ti... —dijo Kayla.

—No te creas que amo este trabajo, yo lo hago por mi hijo. Tú por tu madre. No pierdas el foco —dijo la mujer mientras peinaba su cabello con unas ondas con la pinza eléctrica—. Pensé en darte el traje plateado, el que siempre dices que te gusta.

—Mierda, me gusta en ti, Ximena —protestó ella.

El traje plateado consistía en dos pezoneras con unas cadenitas plateadas colgantes. Hace juego con unas bragas también plateadas que eran un hilo dental más que otra cosa.

—Te separé una rasurada nueva. El cabello ya está, cámbiate, que luego te maquillo —dijo extendiéndole la rasuradora en cuestión.

—Supongo que no tengo opción, ¿no?

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