4. HUIDA

Ella huyó de allí, con los ojos llenos de lágrimas y fue a cambiarse.

Odiaba a los hombres como él. Como su padre, a quién nunca había conocido.

«Maldito trabajo, malditos todos».

Pensó mientras se sacaba el minúsculo y ridículo traje. Se limpió las lágrimas, furiosa.

Toda su vida había ocultado su belleza de los hombres, en la prepa trató de pasar desapercibida al punto en que sólo había tenido una amiga. Sólo que su amiga, más inteligente que ella, había logrado entrar a la universidad. Ella no, no había logrado la beca y el dinero destinado para su educación fue para cubrir las cuentas médicas de su madre.

Pensó que incluso con una beca no hubiese podido dejar a su madre. Quizá por eso no le puso mucho empeño al examen SAT.

Se puso una camiseta enorme con un short debajo, tenis y una gorra con visera que ocultaba su cabello.

Dejó el traje en el lugar de Ximena.

Escuchó que alguien se acercaba por detrás y se dio vuelta. Era Marcus.

—Ya está... —le dijo ella y alzó su barbilla con orgullo.

—Perfecto, puedes retirarte si quieres. Aquí tienes tu paga —dijo. Le dio el dinero y ella lo guardó.

—Gracias. —«Qué amable», pensó ella con ironía.

Se dirigió a la puerta trasera, ansiaba irse. Se sentía sucia, quería darse una ducha y olvidarse de todo.

Empezó a caminar hacia la parada del autobús, cavilaba sobre lo que había pasado.

Pensaba en ese maldito y atractivo hombre que por un breve momento había sido dueño de su cuerpo. Ella era virgen. Nunca había confiado lo suficiente como para entregarse.

Su madre siempre le había dicho que se protegiera de los hombres, que no les creyera, así como ella lo había hecho.

Su madre había sido empleada en una casa de Orange County y se había enamorado del hijo de la casa. Era joven, atractivo, millonario y la sedujo.

Cuando quedó embarazada, los padres de él se ocuparon de ella. Le dieron dinero para que abortara y desapareciera. Ella intentó explicarle al muchacho, pero el jardinero dijo que se había acostado con ella.

Su madre le suplicó a su padre, pero él no le creyó que el hijo que ella llevaba en su vientre fuera suyo. La realidad era que tenía una prometida y esa excusa le vino perfecta para deshacerse de ella.

Su madre después de ello se subió a un bus con destino desconocido.

Tuvo un aborto de camino, iba a tener mellizas. Kayla sobrevivió de milagro, nunca supieron cómo. Su saco se aferró a la matriz de su madre.

Al final su madre se instaló allí. En San Francisco.

Mientras pensaba en todo esto, una limusina se paró a su par. Ella escuchaba música con la vista fija en el suelo, así que no se percató de este hecho.

Cuando alguien la agarró desde atrás y la metió adentro a la fuerza, ya era tarde...

Lanzaba patadas y puñetazos al aire y él la contuvo.

—¡¿Otra vez, tú?! ¡¿Qué carajo quieres?! —le preguntó con furia nada contenida. Era el mismo hombre rubio de antes.

—A ti en mi cama, abierta de piernas, penetrada una y otra vez hasta cansarme —le dijo él sin ningún tipo de reparos y ella se sonrojó. Él pudo notarlo, incluso dentro de la semioscuridad del auto—. Si sabes lo que quiero, ¿para qué preguntas? —murmuró con su boca cerca a la de ella.

—¡¡Ya déjame en paz de una vez, hijo de puta! —escupió ella y él la detuvo bajo su cuerpo en el asiento, aprisionándola contra su cuerpo y dándole un beso fuerte y duro. Penetró la humedad de su boca con su lengua y mordió sus labios.

Niko presionó su dureza contra su centro y ella se agitó. Lo deseaba, aunque le dijera que no. Solo odiaba a los hombres como él.

Por su parte, el ruso tenía sus brazos sobre su cabeza, detenidos con una mano.

—¡Ya, suéltame! —exclamó ella al zafar su boca, pero con menos bríos que antes.

—Antes en el privado, te hice correr, y no me dijiste que te suelte —susurró él. Y la soltó.

Ella esquivó su mirada avergonzada y volvió a ponerse colorada. Bajó sus manos y las apoyó en sus hombros.

—Marcus me obligó, dijo que me dejaría sin trabajo si no lo hacía —le respondió con voz amarga.

—Pero te gusto, ¿no? —susurró en su oído y las bragas de ella se mojaron.

Él metió la mano libre por el short de ella y buscó en su entrepierna.

—Estás mojada, si quisiera podría tomarte aquí mismo y lo aceptarías con agrado —farfulló él y metió un dedo dentro de ella. Empezó a frotarla nuevamente.

—Basta, por favor —suplicó ella y contuvo un gemido de placer.

—¿De verdad quieres que me detenga? —Él siguió con los movimientos de su mano hasta llevarla al orgasmo—. Es inútil que sigas rehuyendo a esto.

Ella temblaba y el rubio sonrió satisfecho. Sacó su miembro y lo llevó hacia su entrepierna. Lo frotó contra su entrada.

—Si me dices que me detenga, lo hago —le dijo en tono ronco, casi como un desafío, pero ella lo miró con ojos febriles de deseo y no pronunció palabra.

Entonces él se deshizo de su short y su ropa interior, y entró con ímpetu en ella. Comenzó sus embestidas con un gruñido triunfante.

Se acercó más a Kayla y empezó a besar su cuello mientras continuaba sus movimientos.

La joven estaba horrorizada, pues parecía haber perdido control sobre su cuerpo que respondía poseído por un goce decadente. Pese al dolor inicial, ya que la había despojado de su virginidad, sus caderas se movían con las de él, en busca del éxtasis.

Él terminó con un sonido gutural y dejó su matriz llena de su semilla, mientras ella se estremecía en un nuevo orgasmo.

Cuando recuperó el aliento, él la miró y sus ojos la atravesaron.

—¿Viste que sí lo querías? —le susurró en su oído.

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