Dos días después del incidente en la fiscalía, Luis Méndez recibió el alta médica. La herida no había sido grave, apenas un roce de bala en la pierna. A Alondra la dejaron en libertad tras pagar una indemnización favorable, aunque el precio había sido alto.
En el pueblo, los rumores habían disminuido. Ya no era como aquel primer día en que todos murmuraban que Alondra había disparado contra Luis Méndez. Ahora, las lenguas estaban más tranquilas, pero no del todo en silencio.
Mateo esperaba a Luis en la entrada del hospital. Cuando lo vio salir en silla de ruedas, con la mirada apagada, le dio una palmada en la espalda.
—Tranquilo, compadre —dijo con una sonrisa burlona—, quítese esa cara de funeral. Porque si no hubiera sido que el mismo Dios mandó al padre Miguel, Alondra lo deja en enuco
Luis forzó una mueca que intentó ser una sonrisa.
—Por poco… —admitió—. Pero la verdadera culpable fue Dalia. Le dije tantas veces que Alondra es de temer, y mírame ahora… en esta situación.
Mientr