Tres días antes del beso de la condena
Carlos estaba sentado bajo la sombra del portal de la hacienda, conversando con Paloma. En sus manos tenía una pequeña caja, de terciopelo oscuro, que guardaba con el cuidado de un tesoro. Al abrirla, dejó ver un anillo sencillo, pero elegante, escogido con el corazón más que con la razón.
—Será mi propuesta —le dijo, con una sonrisa nerviosa—. La enviaré con el próximo regalo… y esta vez Alondra sabrá que no es un simple admirador, sino yo.
Paloma lo escuchaba en silencio. Desde que lo conoció, cuando empezaron a trabajar juntos, había sentido por él una admiración que poco a poco se transformó en atracción. Cada gesto suyo, cada palabra amable, la hicieron soñar con algo imposible. Y sin embargo, él parecía no darse cuenta.
Por más que Paloma buscara acercarse, Carlos siempre estaba en otro lugar… en otra mujer. Desde el primer día lo había tenido claro: su corazón pertenecía a Alondra.
Ella había sido testigo de cada detalle, de cada obsequio