Carlos no pudo evitar sentir un nudo en el pecho cuando vio a su madre, y mucho menos cuando advirtió la presencia de Claudia aquella mujer que había sido su novia tiempo atrás. La mezcla de fastidio y frustración le revolvía el ánimo. Sabía lo obsesionada que podía llegar a ser y, conociendo el carácter de Alondra, intuía que todo aquello se convertiría en un verdadero desafío.
Alondra, por su parte, caminó hasta su habitación con pasos pesados, como si cada huella marcara su rabia. Apenas cerró la puerta, se dejó caer sobre la cama con los brazos abiertos. Cerró los ojos, apretó los labios y murmuró con amargura:
—Hombre tenía que ser… y yo una tonta. Carajo, ¿cómo vine a darme la oportunidad de pensar que él podría sentir algo especial por mí?
El techo parecía cerrarse sobre ella. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que sus alas se quebraban.
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Mientras tanto, don Emiliano recorría el salón con las manos a la espalda, visiblemente impaciente. Desde la llegada de Malena y