Capirulo 21

Una tarde dorada, cuando el sol parecía acariciar las montañas con hilos de fuego, Alondra y Carlos daban los últimos toques a la pequeña casa que con tanto empeño habían levantado.

Don Emiliano, orgulloso del esfuerzo de la pareja, les había entregado unas tierras como regalo, un gesto que llenaba de esperanza a ambos. El lugar, rodeado de campos y de árboles que se mecían con el viento, parecía prometer un nuevo comienzo.

Alondra, con las mangas arremangadas, sostenía un martillo con sorprendente destreza; sus manos no temblaban ni siquiera cuando los clavos se resistían. Carlos, por su parte, se inclinaba sobre los planos, soñando con nuevas ideas para el futuro.

En un descuido, Carlos intentó clavar un clavo y terminó dándose un golpe en el dedo.

—¡Ay! —exclamó con gesto de dolor, sacudiendo la mano.

Alondra soltó una risa traviesa y, acercándose, lo rodeó con sus brazos. Con ternura le besó el dedo lastimado, como si aquel pequeño gesto pudiera aliviarlo.

Carlos, todavía con la m
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