La mañana siguiente, temprano, una visita inesperada llegĂł a La Esperanza. Era Tadeo, el joven que Carlos habĂa conocido en el bar de Juana. TraĂa consigo sus pocas pertenencias, pero lo que más llamaba la atenciĂłn era su expresiĂłn seria, casi enojada.
Lo invitaron a entrar con cortesĂa. Manuela fue la primera en acercarse y lo abrazĂł con cariño, como si quisiera apaciguar la tormenta que llevaba dentro. Emiliano, con esa voz firme que ya se habĂa vuelto costumbre, comentĂł con un dejo de resignaciĂłn:
—Otra vez de regreso a La Esperanza… siempre lo mismo. ¿Y ahora qué ha pasado?
Tadeo no tardĂł en responder con determinaciĂłn:
—Padrino, estoy aquà porque mi padre no entra en razón. Quiero ser cura, no alcalde.
Emiliano lo mirĂł, comprensivo, y con una sonrisa sincera dijo:
—Esta es tu casa, Tadeo. Siempre lo será.
Tadeo saludĂł a Carlos con respeto y luego preguntĂł por Alondra.
—Espero que regrese pronto —respondió Emiliano, con un dejo de preocupación.
Manuela tomĂł la mano de Tadeo y, sin