El escenario del concurso estaba iluminado con luces blancas que reflejaban el brillo metálico de las cocinas portátiles. El murmullo del público se mezclaba con el sonido de cubiertos, ollas y el zumbido constante de cámaras que registraban cada detalle.
Violeta y René tomaron su lugar en la estación número seis, la misma de la ronda anterior, con los delantales recién lavados y la determinación pintada en el rostro.
Ella respiró hondo, observando el reloj que marcaba el inicio. Tres horas. Tres horas para hacer que todo su esfuerzo, su esperanza y su necesidad de ayudar a su padre valieran la pena.
Liam, por su parte, se mantenía en silencio. Estaba tan concentrado que apenas notaba los aplausos o los flashes de las cámaras. Pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Violeta, algo dentro de él se calmó. Esa mirada bastó para recordar por qué estaba allí.
—Vamos a hacerlo bien —murmuró ella, mientras tomaba el cuchillo para cortar los vegetales.
—Lo haremos perfecto —respondió él.
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