Emma sentía que el corazón le latía con fuerza, casi en los oídos. Todo se había salido de su control tan rápido que apenas comprendía cómo habían llegado a ese punto. La noche era fresca, una ligera brisa movía los cabellos que se escapaban de su peinado, y frente a ella, bajo la luz amarillenta del farol del jardín, estaba Harry… con esa expresión entre sorpresa, enojo y desconcierto que le atravesaba el alma.
Richard intentó hablar, pero Emma se adelantó, alzando una mano con firmeza.
—Por favor, vete —pidió, con la voz temblorosa pero decidida.
—Emma… —Richard dudó—. No creo que debas quedarte sola.
—Richard, por favor —repitió ella, mirándolo con súplica—. Esto es entre Harry y yo.
El joven la miró un momento más, comprendiendo que insistir solo empeoraría las cosas.
—Está bien —murmuró finalmente—, pero si necesitas algo, llámame.
Emma asintió sin poder agradecerle y observó cómo se alejaba, con pasos lentos, hasta que su figura desapareció por el portón de hierro.
El silencio qu