La urgencia del despertar de Kael había disipado la última bruma del sedante, aunque su hombro seguía vendado y dolorido, su mente funcionaba con la precisión implacable del CEO que había recuperado su misión, ahora una misión de amor y de justicia, no de control cínico. Elara, revitalizada por la energía de su esposo y la certeza de su propósito, se sentó junto a él, mientras Helena, comprendiendo la necesidad de pruebas irrefutables, regresaba con el último legado de Lysandra.
"Aquí lo tienes, mi niña," dijo Helena, colocando sobre el regazo de Elara un objeto diminuto, no más grande que una moneda antigua, incrustado en un ópalo pálido y brillante. "Es un dispositivo de grabación de audio, cifrado con el sistema más complejo que Lysandra y yo pudimos diseñar, un sistema que ella misma perfeccionó para que su voz no cayera en manos de tu suegro, que él no pudiera silenciar la verdad que ella quería dejarte, la verdad que él temía más que a la quiebra de su propia empresa."
"Es hermo