La tranquilidad del laboratorio subterráneo se había transformado en un epicentro de concentración. Elara estaba completamente absorta, sentada frente a la consola de Lysandra, sus dedos apenas rozando el diminuto dispositivo de audio cifrado que había conectado a la antigua máquina de transferencia de datos.
Kael permanecía a su lado, anclándola con su presencia y el flujo constante de su confesión amorosa, la verdad de su arrepentimiento que actuaba como un escudo contra el caos sensorial que amenazaba con abrumar a Elara. Helena, con una eficiencia silenciosa, monitoreaba los signos vitales de Kael y preparaba una solución intravenosa de vitaminas y electrolitos para ambos, consciente de que la tensión emocional era tan agotadora como la fuga física.
"Sigue hablando, Kael, no te detengas, necesito escuchar la resonancia de tu verdad para anular el ruido del cifrado," susurró Elara, sus ojos cerrados, su mente inmersa en la compleja matriz de ondas cerebrales de Lysandra, navegando