La noche se había instalado sobre la ciudad como un manto de sombra y silencio, cubriendo cada calle con una calma engañosa. Valentina y Alexander salieron de la biblioteca, el aire frío les cortaba la piel, pero ninguno de los dos lo sintió de inmediato. Sus pensamientos estaban atrapados en el zumbido del reloj que corría dentro de ella, un recordatorio constante de que el tiempo se agotaba.
—Tenemos que movernos rápido —dijo Alexander, sin mirar atrás, la mano firmemente sujeta a la de Valentina mientras descendían por la escalinata de la biblioteca.
Ella asintió, sin pronunciar palabra. Cada paso le recordaba la fragilidad de su situación, pero también la certeza de que él estaba allí, caminando a su lado. Su proximidad le daba fuerza, aunque también un cosquilleo extraño en el pecho que no podía ignorar.
Caminaban por calles desiertas, iluminadas solo por luces amarillentas que parpadeaban con un ritmo irregular. Cada sombra parecía moverse con vida propia, y cada paso resona