La ciudad estaba silenciosa, pero la calma era solo una ilusión. Valentina y Alexander avanzaban por calles desiertas, con los documentos del Proyecto Seraphim bien guardados y el corazón latiéndoles con fuerza. Cada sombra podía ocultar un peligro, cada esquina era un posible acecho de Helix. La luz amarillenta de las farolas parpadeaba, proyectando sombras irregulares que parecían moverse con vida propia, como si la ciudad misma vigilara cada paso que daban.
—No podemos confiarnos —susurró Alexander, sus ojos recorriendo cada rincón, los músculos tensos como cuerdas de violín—. Helix sabe más de lo que creemos.
Valentina asintió, sintiendo el calor de su mano entrelazada con la suya. La cercanía que habían compartido en el almacén seguía viva, un hilo invisible que la protegía del miedo, aunque la adrenalina apretara su pecho. El beso reciente parecía haberse impregnado en cada fibra de su cuerpo, recordándole que no estaba sola. Cada paso era un recordatorio de que su vínculo er