Dos

KYRION

Me quedo perdido en mis pensamientos, hasta que debo ocuparme de los deberes que no me dan tregua. Resuelvo mis asuntos legales antes de hacer un par de llamadas a esa parte de mi vida que intento mantener en las sombras.

Vuelvo a la oficina para dejar todo en orden para Winston. La jornada transcurre entre reuniones que no recuerdo y decisiones que firmo sin leer. Me hablan, asienten, me siguen el paso. Pero mi mente… mi mente está en otro lugar.

Está con ella, en su vientre, en el artículo del estúpido comunicado de la prensa, en mis planes. En su enojo.

Nunca había tenido la necesidad de ir tras nadie. Supongo que no debe ser gran cosa, que bastará con mis detalles, después de todo, soy yo. Ella me ama, aunque se le haya dado por no buscarme, por fingir no necesitarme.

La odio, y por eso no puedo pensar en nada más desde hace unos meses, porque sí, es mi modo de amar. Cierro el portátil, me saco el saco y me paso una mano por el rostro.

No puedo seguir pretendiendo que trabajo. Necesito verla.

Me escapo cuando el sol comienza a caer, como un maldito adolescente. La secretaria pregunta si tengo una cita laboral. Le lanzo una mirada que la hace guardar silencio y tragarse sus estúpidos cuestionamientos.

Conduzco hasta el edificio que compré solo para estar seguro de que siempre estará bien. No por mucho, pronto volverá a casa. Me detengo media cuadra antes.

Ahí está. Sale del trabajo en que la veré mañana, sonríe tranquila, camina con calma, acariciándose el vientre.

Quizás no ha visto el periódico. Se le ve en paz. Habla y sonríe para la mujer que la acompaña.

Sé que finge. ¿Cómo se atreve a estar bien sin mí? ¿Cómo puede no necesitarme cuando yo ya no sé respirar sin saber si están bien? Y no exagero al decirlo.

Me quedo ahí, observándola hablar con el portero del edificio. Le entrega una rosa y eso me hace golpear el volante. Esa no la envié yo.

Me obligo a dejar el lugar. No puedo seguir ahí, viéndola sonreír con ese idiota. Arruinaré los planes.

Llamo al llegar a casa, describo al tipo y pido que lo investiguen a fondo. Me ducho y me tiro sobre la cama en que fue mía. No pienso en eso, porque no quiero que sea un recuerdo, quiero que sea la realidad.

Sin planearlo, me duermo.

**

El día comienza antes de que el sol asome. Me visto como lo hacía antes, después de una larga ducha que contiene y calma más que mis demonios.

Me visto de negro, a ella le gusta, y quiero que cuando me mire, recuerde que me ama.

Me dirijo a la empresa luego de apenas probar bocado. Dejo todo en orden con Winston, empleados a su merced, cuentas y negocios claros.

—Llama si surge algo importante —hago énfasis. No quiero que llame por tonterías.

—No tienes que decirlo. Suerte.

Se sienta y oculta su estúpida sonrisa. Asume que no podré con esto, porque según él, tendría que doblar mis rodillas. No le veo sentido a eso, así que lo hago a mi manera. Me dirijo al concesionario de un socio.

Me atiende sin reparos. Compro el auto sin dudar. Negro, brillante, adecuado para ella.

Le hago agregar un lazo rojo. Ridículo, pero simbólico según lo que consulté.

Es un obsequio, mi modo de disculparme por lo sucedido, por permitirle irse tan herida.

Llego a Nexoria Group antes que nadie. Una consultora de imagen y marketing digital, con clientes de peso y una reputación aceptable, que seguramente mi presencia mejorará.

Analizo la fachada de mi nueva adquisición, porque así es como veo el asunto.

Aunque aún esté al frente el estúpido nombre de Harold Deveraux, a quien seguramente ella espera ver en mi lugar al comenzar su turno.

Me instalo en la oficina principal. Su puesto está enfrente. No quiero que me vea por accidente. Quiero que venga buscándome.

Cuando llega, lo sé antes de verla. Su aroma. Su andar. Esa energía que inunda el lugar.

Todo se detiene. Todo gira alrededor de ella. Escucho su voz, su risa al saludar al resto de empleados. Nadie le dice nada, todos saben que es mi esposa, pero nadie dice nada.

Sonrío un poco al escuchar que se levanta de donde se había sentado. Había bajado las persianas. Supongo que quiere saber si el idiota está.

—Señor Deveraux —dice, tocando la puerta—. ¿Señor, me permite pasar?

No respondo. Veo la puerta que comienza a abrirse lentamente.

—¿Señor Deveraux?

Asoma su rostro y me ve. No se sorprende.

—Señor Dellinger —dice, como si supiera, que en adelante seré parte de su jornada laboral—. El señor Deveraux no me indicó sobre su visita. ¿Desea que le avise o lo hace usted personalmente?

Me la quedo mirando, analizando su reacción. Su vestido de maternidad gris la hace ver graciosa, pero sexy a la vez. Joder, sí, se ve sexy.

—Hola, Gema —pronuncio su nombre como si nada estuviera mal—. ¿Podrías tomar asiento?

Lo hace. Sin preguntas. Sin un ápice de nervios o sorpresa.

—Estaré al frente de la empresa un tiempo. Es decir, seré tu nuevo jefe.

—Muy bien, señor Dellinger. ¿Seguimos con la agenda o comenzamos desde cero?

—Para empezar, no me llames señor. Amor, mi vida, Kyrion… como solías hacerlo antes. Por algo eres mi esposa. Quiero ofrecerte esto —le deslizo una carpeta con las llaves del auto y una notificación de aumento de salario dentro—. Un obsequio.

—No acepto regalos personales de mis jefes. En cuanto al asunto del matrimonio, mi abogado está dispuesto a una nueva reunión —contesta, sin siquiera mirar el contenido—. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle, señor?

—No soy tu jefe. Soy tu esposo y el padre de tu hijo —corrijo, casi frustrado, mirando su vientre.

—Bien. Mi abogado estará disponible para cuando decidas firmar. Si tienes alguna exigencia sobre mi hijo, trata con él. ¿Algo laboral que tratar?

Me río, irritado. Me froto la barba.

—No, Gema. No vine a hablar de abogados ni de divorcio. Vine a decirte que quiero que regreses a casa, que… soy tu esposo y el padre de tu hijo. No hay necesidad de estar separados.

—En lo que a mí concierne, soy una mujer libre y, sí, para mi desgracia, esperando a tu hijo. Pero como ya dije, eso lo puedes tratar con mi abogado —replica, con una ceja apenas alzada.

Aprieto los puños y me pongo de pie.

—¿Qué tonterías estás diciendo? ¡Es mi hijo y tengo derecho a estar con él!

—Perfecto. Tienes derecho a conocer a tu hijo, pero no ha nacido. Por ahora, puedo facilitarte los exámenes. Aunque, supongo que no hace falta, estoy segura de que ya usaste tus métodos. Por lo que te pregunto: ¿algo laboral de lo que deba ocuparme o debo pasar mi renuncia?

Eso me irrita el doble. No porque no lo esperara, sino porque lo dice sin un asomo de emoción, ni enojo, ni rencor.

—Quiero que regreses, que ocupes tu lugar. Te traje un regalo —digo, empujando el sobre hacia ella—. Lo que pasó fue un malentendido, podemos hablarlo.

Baja la mirada al sobre y luego me mira a los ojos.

—Si se te ofrece algo relacionado con el trabajo, estaré en mi escritorio.

Da media vuelta y sale, cerrando con tranquilidad.

Aprieto tanto como puedo la mandíbula. Quizás debí decirle qué había dentro. Me rasco la ceja, me doy la vuelta y subo la persiana.

Está ahí, como si nada. Mi presencia no ha causado el efecto que esperaba. Saco las llaves y la notificación de aumento y salgo de la oficina.

Me acerco y las dejo a un lado en su escritorio.

—Es para ti.

Mira las llaves y levanta el rostro.

—Te equivocaste de mujer. Necesito el trabajo, así que te pido el favor de que, si no te importa, me permitas trabajar. Voy a dejarte algo claro: puede que tengas la capacidad o la costumbre de tener todo lo que se te da la gana, pero a mí… a mí considérame una excepción. Fui tu esposa, cometí el estúpido error de amarte, pero es pasado. No me interesa volver, y mucho menos tener algo contigo. O sí: quiero el divorcio. Ese regalo te lo recibiría con gusto.

Llevo ambas manos a mis bolsillos. No puedo creer lo que está diciendo. Tiene frente a ella regalos costosos, y aun así, no se digna a mirarlos.

—Si quieres formar parte de la vida de mi hijo, quiero el divorcio, Kyrion.

Mis ojos se abren con sorpresa y me río apenas.

—¿Es un chantaje?

Se pone de pie, se acerca a mí y me pega unos documentos con rabia en el pecho.

—Es una condición. No quiero seguir atada a ti. El acuerdo se cumplió, no necesito seguir con esto. No me interesa.

Suelta los documentos y se marcha. La veo contornear su trasero. ¿Cómo puede verse tan bien aun estando embarazada? Pero sobre todo… ¿cómo se atreve a tratarme así?

Soy Kyrion Dellinger. Cualquier otra mujer en su lugar habría saltado a mis brazos, me habría llenado de besos. Pero ella… maldita sea, ella se da el lujo de tratarme como si fuera un extraño, como si no fuéramos nada. Como si no fuera su maldito esposo.

Miro las llaves del auto. La frustración me arde en el pecho y mis brazos se tensan, las venas marcándose por la rabia que intento contener. Esto nunca me había pasado. Nunca nadie, ni siquiera ella me había rechazado.

Suspiro cuando la siento volver, pasa a mi lado y finge que no sigo ahí. Toma asiento.

—¿Se te ofrece algo? —me trata como a un cualquiera. No tiene la decencia de mirarme mientras me habla. ¿Qué rayos le pasa?

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