La puerta se cerró con un clic suave, pero el eco de la presencia de Esteban seguía impregnado en el aire como una fragancia demasiado fuerte para ignorar.
Kathie permaneció en pie, la espalda erguida, los brazos cruzados sobre el pecho. Noah, a pocos pasos de ella, tenía la mandíbula tensa y los ojos fijos en la puerta que acababa de cerrarse.
—¿Él suele venir así, sin avisar? —preguntó al fin. La voz era baja, pero cargada de algo más que simple curiosidad.
Kathie alzó una ceja.
—Esteban no necesita pedir permiso para tocar una puerta. Especialmente cuando su nombre está siendo manchado por alguien con demasiada influencia y poco valor.
Noah desvió la mirada hacia ella, por fin. Sus ojos oscuros estaban nublados, no d