Nunca pensé que un solo día pudiera cambiarlo todo. Pero ahí estaba yo, frente al espejo del diminuto baño de la oficina, con el corazón latiendo tan fuerte que sentía que iba a salirse del pecho. El reflejo que me devolvía parecía, por una vez, más vivo, más auténtico que nunca. Era un espejo roto por las cicatrices, las heridas invisibles que siempre llevaba conmigo… pero que, en ese instante, sentí como si quisieran romperse en mil pedazos.El aroma a alcohol y a jabón barato llenaba la pequeña habitación. La luz fría de la lámpara de techo resaltaba cada línea, cada sombra de mi rostro. Mi cabello, que días antes había recogido en un moño impaciente, ahora caía en mechones desordenados, rebeldes, como una señal silenciosa de mi lucha interna. Mis ojos, normalmente apagados y cansados, ardían con una mezcla de rabia y desesperanza que no podía controlar.Seguía oyendo las risas y los susurros crueles en la sala de juntas. La presentación que había preparado con tantas noches sin do
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