Cada semana, mi pancita crecía, pequeña, pero definitivamente visible. Genial. Me veía hinchada todos los días, como si hubiera tragado un plato entero de carbonara y decidiera quedarse para siempre.
Habían pasado días desde que Amore me contactó por última vez, gracias a Dios, pero algo más estaba pasando últimamente.
Lorenzo.
Me observaba en silencio.
No hablaba. No confrontaba. No amenazaba.
Solo… miraba.
¿Y lo más molesto?
Yo también lo estaba observando.
Cada vez que entraba a una habitación, sus ojos se dirigían hacia mi pancita pequeña pero muy presente.
Cada vez que pasaba a mi lado, yo fingía no notar cómo su mirada se detenía un segundo más de lo necesario.
Cada vez que lo atrapaba haciéndolo, mi primera reacción siempre era la misma:
¿Qué ahora? ¿Qué está tramando este hombre?
Pero no había sonrisa, ni insulto, ni amenaza.
Solo esa mirada inescrutable en sus ojos. Demasiado aguda. Demasiado concentrada. Demasiado… consciente.
Y eso me estaba volviendo loca.
Una vez, estaba