La sala de juntas era un espacio elegante e intimidante, la larga mesa se extendía como un campo de batalla. Lorenzo estaba sentado en la cabecera, bueno, técnicamente en el asiento del medio al fondo, irradiando autoridad como si fuera oxígeno. Me planté a su lado derecho, cuaderno abierto, bolígrafo listo, tomando notas como una nerd de secundaria intentando sobrevivir un examen sorpresa.
Horas de números, proyecciones y diapositivas interminables después, solté un bostezo silencioso, cubriéndome la boca. Gran error.
La cabeza de Lorenzo se giró hacia mí, sus ojos se estrecharon como dagas. Esa mirada podía cortar la leche.
Murmuré un pequeño “lo siento” en silencio, aunque mis ojos rodaron apenas un poco hacia él.
No dijo palabra, solo se frotó el puente de la nariz y se recostó en su silla, exudando el tipo de irritación que solo alguien como él podía manifestar.
Suspiré internamente. Nota mental: no más bostezos frente a Lorenzo. No a menos que quiera vivir otra ejecución pública