Antonio besaba a Sofía con una hambre voraz, como si hubiese caminado durante años en un desierto y, al fin, encontrara en los labios de ella el agua que necesitaba para saciarse.
Sofía apenas podía corresponder ante la fuerza con la que Antonio la besaba. No sabía qué estaba haciendo. En lo más profundo de su ser reconocía que aquello era un acto prohibido: él era el tío de su esposo, y ella estaba casada. Sin embargo, la atracción que la dominaba en ese instante era más poderosa que la razón.
Antonio sostuvo una de sus piernas, incrédulo de que, al fin, tuviera entre sus brazos a la mujer que amaba, aquella con la que había soñado tanto tiempo. Para él, ese momento era como debía ser.
De pronto, un carraspeo en la puerta interrumpió la escena. Sofía abrió los ojos y se obligó a romper el beso, bajando la cabeza con vergüenza. Sentía sus mejillas arder por la intensidad de lo ocurrido. Después de todo, era la primera vez que estaba tan cerca de un hombre… su primer beso. Y había sido