—Esto tiene que ser una broma —espetó Anastasia, con la voz estrangulada.
Las imágenes del teléfono seguían grabadas en su retina: Adrián y esa... mujer, subiendo a un avión. Solos.
—Se supone que solo era falso, un papel, pero...
El hombre la interrumpió con un tono que cortó el aire como una navaja. —¿Crees que estoy jugando, niñita? —Su voz era baja, peligrosa—. ¿Crees que tengo cara de tener tiempo para tus estupideces?
Anastasia palideció aún más, si es que eso era posible. Sus labios temblaron. —Lo sé, solo... —Trató de componer su tono de voz, luchando por no temblar, intentando recuperar esa máscara de hierro que siempre llevaba puesta—. Solo pido un poco de tiempo. Eso es todo.
El hombre dio un paso adelante, lento y deliberado. Sus zapatos de cuero crujieron sobre el piso de mármol.
Anastasia, instintivamente, dio un paso hacia atrás. Él dio otro paso. Ella retrocedió otro, chocando casi con el borde de su cama.
—¿Me gustaría saber cómo vas a revertir un matrimonio legal, ni