El suave resplandor de la mañana se filtraba por la ventana de la habitación del hospital, pintando todo con una luz más amable. Habían pasado dos días desde la declaración, y el progreso de Valeria era notable. El dolor agudo había dado paso a una molestia sorda, manejable con los analgésicos que le administraban. El color había regresado lentamente a sus mejillas, las marcas empezaban a cicatrizar y el miedo era reemplazado por una cautelosa tranquilidad.
Karla, que siempre venía a hacerle compañia a su hermana, estaba sentada en la silla junto a la cama, contándole algún chisme del club de pilates al que asistía con sus amigas con su habitual energía exagerada, haciendo que Valeria soltara risas suaves que, aunque le tiraban un poco de las costillas, le hacían bien.
En el rincón, de pie junto a la ventana, Adrián terminaba una llamada en un tono bajo y profesional. Colgó y se volvió hacia ellas, un esbozo de sonrisa en los labios al ver a las hermanas riendo. Se acercó y se apoyó