La última sensación consciente de Valeria fue un dolor sordo y expansivo que lo envolvía todo, mezclado con el sabor metálico de su propia sangre y el eco de sus propias palabras: "Porque este maldito papel… NO LO FIRMARÉ". Después, solo hubo oscuridad.
No era un sueño pacífico. Era un torbellino de fragmentos dolorosos. Veía la cara de Karla, no la de su risa descarada, sino la de sus ojos llenos de pánico mientras le gritaba que corriera. Sentía el fantasma de los golpes, cada impacto renovándose en su carne como un fuego que no se apagaba. Y luego, entre el dolor y el miedo, surgía Adrián.
Su rostro, severo y perfecto, se materializaba en su mente. Pero no la miraba con la indiferencia habitual de la oficina, ni con la calculadora frialdad con la que habían sellado su acuerdo. En su ensoñación febril, su expresión era inescrutable, casi… dolorida. ¿Por qué me aferro a él?, se preguntaba su conciencia, flotando en un limbo de agonía. Es una farsa. Un favor. Un contrato. Él no me ama