—No puede ser…
Era la expresión de la niña. Esos ojos enormes, oscuros, estaban inundados de un terror puro, un miedo que transcendía el papel y el tiempo. Esos ojos... eran inconfundibles. Eran los ojos de Valeria….
Y entonces, vio lo demás. El brazo. Un brazo masculino, enfundado en la manga impecable de un traje color champán, entraba por el borde de la foto. Una mano grande, de uñas cuidadas, reposaba con una familiaridad obscena, posesiva, sobre la pierna de la niña, justo por encima de la rodilla, sobre la inocencia del tul rosado.
Un frío más intenso que el de la noche se le instaló en las venas. No era solo una foto antigua. Era una evidencia. Una confirmación visual de un dolor que él sólo había intuido en los bordes quebrados de su carácter, en su invisibilidad voluntaria. Alguien había estado allí. Alguien había capturado ese momento de violación silenciosa. Y ahora, alguien se lo estaba enviando.
¿Quién? ¿Por qué? ¿Para qué?
Su mente, entrenada para conectar patrones, no t