Alade no durmió aquella noche.
El cuerpo rígido de Aaron la envolvía como una prisión caliente, los brazos de él apretando su cintura con una posesión instintiva, animal, como si quisiera impedir que escapara incluso en los sueños.
Pero no era el toque lo que más la atormentaba.
Era el nombre.
"Mena."
Resonaba como un susurro maldito en su mente.
Un susurro que arrancaba pedazos de su paz.
¿Quién era ella? ¿Por qué él la había confundido con esa mujer?
Sus ojos recorrieron el rostro dormido de Aaron.
Tan sereno. Tan humano en aquel instante. Era casi revoltante.
"No puede ser amor..." murmuró para sí. "Eres incapaz de amar. Eres un monstruo..."
Pero algo dentro de ella no podía dejar de preguntarse...
¿Y si lo fuera?
La luz del amanecer aún no tocaba las paredes de piedra cuando ella se deslizó fuera de la cama, moviéndose como una ladrona.
Fue hasta el baño, y allí se quedó pensativa. Necesitaba descubrir la verdad sobre Mena. Y rápido.
Minutos después, él ya había despertado.
Aaron