La náusea de Alade en aquella mañana fría era más que física. Los ojos estaban hundidos, sin sueño, sin paz, sin respuestas. Lo único que ardía dentro de ella era la incertidumbre: ¿Astar seguía vivo?
Cuando la manija giró con un rechinido, ella se volvió sobresaltada. Un lupino que jamás había visto entró sin ceremonia.
"La señora debe acompañarme."
Sin responder, Alade solo asintió. La garganta demasiado seca para palabras. Bajó las escaleras lentamente.
Frente a ella había
un salón oscuro, viejo, cubierto por tapices polvorientos. En el centro, una mesa larga. Repleta de comida: carnes humeantes, pasteles decorados, frutas frescas, jarras de vino. Un contraste grotesco con el horror que aún goteaba de las paredes de aquella mansión maldita.
Antes de que pudiera sentarse, la voz cortante de Colen atravesó el salón.
"Calma." El sonido seco de la bengala contra el suelo retumbó como un trueno. Colen surgió de la penumbra, avanzando lentamente como una serpiente acercándose a su presa.